15/07/2007

Peña porteña

Las peñas son para divertirse. Just for fun, como dirían los turistas. Y no es porque no se trabaje un montón en ellas, hay mucha gente pendiente. Los de la casa ofrecen la casa, están pendientes de todo, se encargan de organizar el espacio del show, los cables, los micrófonos, de todo. Pero lo hacen con tal gusto, que es imposible no sentirse bienvenido. La gente lleva pasabocas, budines (que son unas tortas de harina), empanadas y sánduches. Nosotros llevamos una cerveza lo cual estuvo del todo fuera de lugar, porque todos tomaban vino. De todas formas aquí nunca te sientes fuera de lugar, porque parece que todos los demás lo están también un poco. Con la cerveza nos comimos nuestros panes, que tampoco merecían mucho, pero de todas formas se terminaron. A buen hambre no hay pan duro, decían en mi tierra.
Mucha gente, la mayoría amigos unos de otros. Viejos amigos, amigos de amigos, y recién conocidos, que para el caso es casi igual, sobre todo si estás en Buenos Aires. Todos están algo tomados y con ganas de reír. Una contadora de historias hiponotizante nos deleitó con cinco o seis. Como por ensueño, nos puso los pelos de punta con La pata de mono, ambientada con el sonido de un trozo de piano, la parte en que las cuerdas se tiemplan por dentro, dispuesto como un gran arpa cuadrada a la que le golpeas las cuerdas con un bastón para que emita un sonido quebrado, desgarrado, como oxidado y enfermo. Otras historias cantó y contó y por más de una hora no dejamos de mirarla, puedo asegurarlo, todos los que estábamos ahí. Dos o tres bises, hasta que ya estuvo bien.
El patio no fue demasiado frío para el intermedio, antes del micrófono abierto. Conversaciones, presentaciones, vino, risas, chismes, pasteles. Just for fun.
Otra vez en la sala con maravillosa calefacción, una poeta leyó, varios cantaron y tocaron guitarra, a dúo, en tríos, tratando de seguirse la letra o la música, tratando de tocar sin haber ensayado porque se acaban de conocer. Cantó uno que trabajaba en el subte, y otro que trabajaba en colectivos, otro cantó tangos, una brasilera cantó esas canciones en portugués que entiendes apenas un poquito pero te conmueve todo. Luego llegaron los percusionistas, de los que se puede decir que al menos uno de cada tres tiene rastas. Sacaron sus tambores y algunos bailamos a ritmo casi de mapalé el resto de la fiesta. El invierno invita a estas reuniones, a atrincherarse en una cueva caliente, donde todos estamos juntos y a salvo. Donde el calor humano trasciende las nacionalidades. Donde sientes el deseo de dar más que de recibir. Los argentinos son la gente más amigable que te podás encontrar, copados.

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